jueves, 8 de febrero de 2018

A FIN DE CUENTAS



A fin de cuentas, llevamos casi 17 años juntos. ¿quién podría imaginarlo? Recuerdo que ella andaba deambulando por las calles cuando solo contaba con un mes o dos de vida. Nos miramos detenidamente. Le tendí la mano y la acepto gustosa.

Cerca, al lado de los cubos de la basura se agolpaban cientos de cajas de cartón de los comercios cercanos. Monté como pude una de las cajas pequeñas y se la ofrecí como refugio. Entró sin dilación. Esperé un tiempo a que saliera de la caja, pero no salió. Volvimos a mirarnos fijamente, y me la llevé a casa.

Al llegar a casa, salió de la caja y en cuestión de días, se hizo con los mandos. Pronto cumplirá 17. 

Nos conocemos al dedillo. Sin quererlo, llevamos una rutina milimétrica. Durante un tiempo no fui consciente de ello, pero ahora le ofrezco cada día conscientemente, unas pautas de rutina tales, que hasta ella intenta saltárselas de cuando en cuando.

Al levantarme, voy elevando las persianas para que la luz cubra todos los espacios de la casa. Abro las ventanas para ventilar, pero ella no aparece en escena hasta que oye cómo manipulo un paquete de golosinas. Entonces me persigue por toda la casa, pero al girar el pasillo, ella toma la delantera y se sitúa en el mismo sitio de cada día, en la misma posición, a la misma hora, mirando al oeste. En ese instante le invito a unas golosinas. Se las come en un santiamén.

Acto seguido, le sirvo una taza de agua fría (del frigorífico, como le gusta a ella). Se la toma y luego se va a dormir el resto de la mañana. Hasta medio día, voy varias veces a ver si tiene ganas de levantarse. No se levanta nunca antes de las 3 de la tarde. A esa hora le ofrezco agua fría, bebe. Enseguida se cambia de habitación y se deja caer en el sofá del salón, donde el sol está presente hasta su puesta. Le tocas la cabeza y está ardiendo. Creo que absorbe toda la energía del sol. Cualquier día se terminará abrasando.

Cuando oscurece, bajo las persianas de la casa y enciendo las luces del salón. Me mira fijamente. No le hago caso. Entonces me pide que le ponga la televisión, y lo hace de una manera tan insistente, que es imposible no obedecer.

A las 8 de la tarde, cena. No le gusta cenar dos días seguidos la misma cosa, así que tengo que ir alternando con agenda en mano para no repetirme. Cuando me olvido y repito, me deja toda la cena en el plato. Le explico que no me gusta nada su actitud. Me escucha con atención, pero se da media vuelta y ni siquiera prueba bocado.

Si tengo que salir de viaje, se lo huele un par de días antes. Se lo noto, porque cambia de rutina, está más pendiente, mas controladora. Al final se lo digo: “mañana y pasado no voy a estar en casa”. Ella ya lo sabía. Se resigna.

Los días que yo no estoy, Yolanda viene unas horas al día para ocuparse de ella. No se soportan, no se ven, no se dicen ni mu. No porque Yolanda no se esmere y procure empatizar con ella, no. Sencillamente no se ven. Si no estoy yo, pasa de la gente.

Cuando regreso de viaje, me huye, me recrimina que me haya ido, Si son más de dos días, el cabreo le dura bastante más.

Así es Tini mi gatina.

miércoles, 7 de febrero de 2018

PEQUEÑAS COSAS DE LA VIDA



Como esas pequeñas e insignificantes cosas capaces de cambiarte la vida en un segundo.

Como ese patinazo que das por una calle helada, que estás a punto de caer y no caes.

Como esa serosidad casi seca, que se pega a la fosa nasal y que intentas sacar y no sale.

Como ese décimo de lotería, tienes todos los números menos el último y no te toca nada.

Como ese móvil de 1000€ que se queda sin batería cuando más lo necesitas.

Como esa copia de seguridad en la nube, que nunca sabes qué hacer con ella o no funciona.

Como esas ganas imperiosas de mear, cuando por fin encuentras sitio adecuado, no meas.

Como esas lágrimas del corazón roto que no son capaces de brotar por los ojos.

Como agua en una cesta.

Como esas pequeñas e insignificantes cosas capaces de cambiarte la vida en un segundo, así eres tú. Pasaste apenas sin darme cuenta de ser el “TODO” en mi vida, a ser el “CASI”. Si, ese casi que se convierte golpe a golpe, en NADA.

Siempre me gustó la imperfección perfecta, la celulitis donde tiene que estar, la arruga bien dibujada y abundante, el pelo atornasolado con los matices blancos, las cejas a lo Frida Kahlo, el pecho más hacia abajo que hacia arriba, el sexo a flor de piel, el orgullo alto, la inteligencia suprema, la sonrisa permanente, la disposición para la aventura… y todas esas mil imperfecciones que hacen de ti, alguien perfecta.

Hoy querida mía, eres el “CASI” infinito, ese CASI que no es nada. Habría deseado que al menos durante un tiempo, hubieras sido el “CASI” que lo es todo, como ese momento en el que vas a embarcar en el avión para hacer el viaje de tu vida, y, CASI lo pierdes, pero por los pelos embarcaste. Quien CASI no se queda embarazada, pero fue una falsa alarma y tuvimos dos hijos. Quien CASI no me besa, pero los duendes pasaron cerca y me diste el beso de los besos. Quien estuvo a punto de negarme su amor y su corazón, y, CASI das el paso, pero al final me amaste. Ese “CASI”, que lo es TODO, es el que me hubiera gustado tener conservar por los tiempos.

Sin embargo, ahora eres para mí como ese momento en el que vas a embarcar en el avión para hacer el viaje de tu vida, y, CASI embarcas, pero llegaste tarde. Eres quien CASI se quedó embarazada, pero fue una falsa alarma. Eres quien CASI me besa, pero las prisas y el momento no lo permitieron. Eres quien estuvo a punto de entregarme su amor y su corazón, CASI das el paso, pero nunca lo hiciste.

Con el tiempo, las personas pasamos de ser una “opción” para alguien a ser sencillamente invisibles para todos. Aunque si tengo que preferir, prefiero ser invisible, que ser una opción. Si alguien desea optar a ti, debes retirarte inmediatamente o corres el peligro de no ser elegido entre las diferentes opciones que maneja la otra persona. Ser una opción es una mala jugada. Si no abandonas con rapidez, puedes quedarte atrapado en un limbo de continuas mentiras, verdades a medias, y amoríos compartidos.

Tú eres como esas pequeñas e insignificantes cosas capaces de cambiarte la vida en un segundo. Eres odio donde hubo amor.

lunes, 5 de febrero de 2018

LLEGANDO AL VACÍO



Parece que la vida continúa. Se manchan los cristales de las ventanas con esas cuatro gotas de lluvia que de cuando en cuando se escapan. Llueve barro amarillento. Se embadurnan los cristales de mis ventanas. La vida continúa estoy seguro, aunque lo haga sin mí.

Sensación de vacío. Llego el invierno. Ya no puedo seguir observando el quehacer cotidiano de las gentes. Cambié de ventana. Mi nueva ventana solo me muestra un burro, una yegua, un caballo, una oveja y un perro. Me saludan con la helada. Mi corazón también está de invierno, helado, desierto.

Desaparecieron los tiempos felices. ¿Hubo tiempos felices? Cierro los ojos y rápido viene a mi cerebro Klaus Schulze (Yen). Mi cuerpo astral vuela hacia lugares en los que jamás estuve. Montañas, verdes llanuras, mares infinitos y desiertos irrepetibles. Tengo una sensación de paz impostada, de rustica felicidad instantánea y lábil. Pero me faltas tú.

No son los sitios y los lugares más bellos y remotos, son con quién los compartes. Tenías razón en eso.

Las ventanas del piso miran al oeste y recogen el sol de la tarde, entonces todo cobra vida, hasta el polvo que acampa en los muebles y en los suelos. El sol lo muestra todo sin complejos. Es como si algo quisiera parecer cierto en la vida.

Al ponerse el sol, bajo las persianas del lugar que habito. Cuando lo hago, me ahogo, vuelvo a la soledad no deseada. 

Mañana quisiera limpiar los cristales. También lo pensé hace diez días. Lo pensé también hace varios años. No solo lo pensé, un día me puse a ello, pero no fui capaz. Antes de que suceda lo que tenga que suceder, prometo limpiar los cristales de las ventanas, aunque no pueda ver a través de ellos la felicidad que soñé y no tuve, aunque pudiesen mostrarme mentiras irrenunciables de la vida, aunque el mundo se postrase falsamente a mis pies.

Debo ordenar los asuntos pendientes, reparar los daños infringidos que fueron muchos, poner mis ideas en orden, pagar las pequeñas deudas, y, despedirme con serenidad y hombría. Y sobre todo, limpiaré los cristales de las ventanas, que jamás se diga: aquí vivió un guarro abandonado.

Quise ser feliz, estuve a punto de conseguirlo, aunque fuese a costa del sufrimiento de terceras personas. Llevé el timón de mi barco, pero nunca tuve marcado un rumbo, nunca llegué ni por aproximación al puerto de la felicidad, la esperanza y la seguridad. Nunca.

Dediqué tanto tiempo a resolver los problemas ajenos, que los propios ocuparon un discreto lugar en el reparto de papeles de la vida. Se podría decir que mis asuntos no tuvieron ni la categoría de “figurante”. Pero mis problemas siempre me han acompañado hasta ahora, hasta el final, nunca los resolví y dejé que me ahogasen. Pido perdón a todos los que defraudé, a los que esperaban algo de mí y no lo recibieron. Pido perdón especialmente a mis hijos que prácticamente perdieron un padre, mientras este no fue capaz de dar con la felicidad y el sosiego que tanto ansiaba. También a mis padres que hoy ya no están y que perdieron un hijo a edad temprana. Perdón también a las mujeres que amé y no fui capaz de mantener a mi lado. Pido perdón por los cristales que no limpié y no me permitieron ver la realidad que estaba delante de mis narices.

Cuando recibes la fatal noticia (que de algún modo llevabas esperando media vida), notas un fuerte impacto emocional, que en mi caso no duró ni cinco minutos. Sin embargo, en ese instante, quisieras resolver todas tus cuentas pendientes. Quisieras tener la posibilidad de partir con la sonrisa de todos a los que dañaste, aunque esa sonrisa forme parte de la farsa de la vida.

Pasa mucho tiempo, mucho, hasta que te haces con los mandos de la soledad, y aun cuando no termines nunca de dominarla, eres capaz de asumir que llegaste solo y desnudo a este mundo, y te irás de la misma manera que has llegado. Lo que más te impone es el sufrimiento prolongado.

Siempre soñamos con lo que no podemos conseguir. Que absurdos somos. Cuan felices podríamos haber sido, de habernos sabido conformar. Conformarse con las pequeñas cosas que la vida te va aportando día a día con sus mentiras. Conformarse con las personas que te aman, con la familia en la que te ha tocado vivir. Conformarse…

Debo elegir, y aquí me la juego. En esta ocasión he de acertar, es una firme promesa y ya no tengo tiempo para disculpas ya no habrá un mañana al que dejar las tareas incomodas, ya no puedo seguir fallando. 

¿Cristasol? ¿o amoniaco con unas de agua? Sé que es una difícil elección. He preguntado por ahí al vecindario y hay una división de opiniones como en Cataluña. Necesito acertar, deseo ardientemente que mis ventanas me aporten la luz necesaria para afrontar estos últimos días, sin mentiras, sin falsas expectativas, sin promesas, con claridad absoluta. Elijo el amoniaco con unas gotas de agua tibia.

Mañana los limpio, eso seguro.